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jueves, 6 de marzo de 2014

Aída García Márquez y el niño que soñó a Macondo


Aída García Márquez publicó el libro “Gabito, el niño que soñó a Macondo”, que se ha convertido en una sensación editorial. Aída dejó el convento y se consagró a la docencia.
—¿Por qué decidió escribir un libro a sus 80 años?

—Todo surgió al visitar la inauguración de la Casa Museo en Aracataca. Me devolvió a esos años junto a mis tres hermanos: Gabriel, Luis Enrique y Margot, en casa de mis abuelos, el Coronel Nicolás Márquez Mejía y abuela Tranquilina Iguarán.  En  esa casa se despertó en Gabito el deseo de escribir, y se prefiguró la familia Buendía a partir de los recuerdos de infancia, y se creó Macondo desde la memoria de Aracataca. Mi hermana Margot que comía tierra desde niña, se convirtió en Rebeca en Cien años de soledad.

Tuve muchas dudas al principio de cómo impactaría un libro de memorias sobre la infancia con mi hermano Gabo.

—¿Había escrito antes?

—Cuando estaba en la Normal tuve una predilección por la lectura y la escritura. Empecé a escribir en la revista “Inquietudes” del colegio. Mi profesora Ada Teresa Govea, nos decía que lo mejor de la escritura debía estar al principio. Recuerdo que me gané un premio con una composición en el Día de la Madre. La profesora nos invitaba a buscar en el diccionario el significado de las palabras. Recuerdo que nos decía que un adjetivo puede cambiar el significado de una oración. Que no era lo mismo decir: “Un niño pobre” que “un pobre niño”. Mientras el primero es la carencia de dinero, el segundo, es algo sentimental. No es lo mismo: “Un niño bueno” que “Un buen niño”, o  “un niño pobre”.

—¿Qué sorpresas ha tenido con su libro?

—Mira, desde que salió el libro publicado por Ediciones B., mi vida ha entrado en un ritmo distinto e inesperado. Estoy pegada al teléfono respondiendo entrevistas en diversos medios de comunicación.  Mi sorpresa es que ha valido la pena contar estos recuerdos, porque es una etapa de la vida de mi hermano que no era muy conocida.

—¿Qué le dijo Gabo al recibir su libro?

—Se quedó mirando el libro, lo empezó a hojear y se quedó leyéndolo. Después me miró y me preguntó: Aída, este libro no lo escribí yo, verdad? Le dije: No, Gabo, ese libro lo escribí yo para ti.

A mi hermano, esos recuerdos de Aracataca los tiene intactos. El libro está dedicado a Gabo y Mercedes. Pero Mercedes se sorprendió y me preguntó por qué había salido con este libro ahora. Y le dije que no hay edad para empezar a escribir y mucho menos, para recordar. Es un homenaje a mi hermano mayor y a ella.

Gabo, faceta desconocida

Aída recuerda a su hermano Gabriel García Márquez con una inmensa curiosidad por todas las artes y no específicamente por la literatura. Lo recuerda jugando a ser fotógrafo, pintor de tiras cómicas, actor de teatro, cineasta, cantante, dibujante de letreros comerciales y animador de cabalgatas en su pueblo natal.

Una de las facetas desconocidas del niño Gabriel García Márquez, es la de director de orquesta en la primaria de la escuela Montessori, de Aracataca. Allí animó a ser músicos a sus amigos del salón, entre los que se encontraban Guillermo González, Luis Carmelo Correa, Franco Iriarte y su hermano Luis Enrique.

Luego de ver películas en el Cine Olympia que dirigía Antonio Daconte, el niño imitaba las películas, creando un guión en un cuaderno cuadriculado que dividía en cuadros y en ellos dibujaba los personajes y las escenas.

También, jugó a ser caricaturista, luego de ver las tiras cómicas del dominical, junto a su madre Luisa Santiaga.. En las caricaturas retrataba  a sus hermanos y familiares.

Entre los secretos guardados por su hermana están un par de dibujos de Gabito: Uno, es un pájaro conversando con una tijera al revés.  Otro,  es un ratoncito saliendo de un zapato. Conserva Aída poemas de Rubén Darío transcritos por Gabito.

Otra de sus facetas desconocidas es la del niño que jugaba a ser mago, al ver los trucos del mago Richardine en el circo de Aracataca. Al regresar a casa, Gabito repitió el truco con Amira, Alicia y Aída, en la que el niño mago serruchaba dos cajas unidas en la que presumiblemente estaba una niña. Debajo de las dos cajas había un vacío o cortina en donde la niña elegida desaparecía.

Al morir el abuelo, Gabito estaba en Sincé y su padre lo llevó al matrimonio de la tía Narcisa. Allí cantó el tango “Cuesta abajo”, y cuando le tocó el turno a Luis Enrique salió disparado a la plaza.

Estudiando en el Colegio de Zipaquirá, el joven Gabo cantó el Ave María de Schubert.

“La familia García Márquez, conocida en todo el mundo por los libros de Gabito, con sus defectos y cualidades y por todo lo que se ha escrito, hablado y comentado, ha sido feliz porque ha formado un mundo tan estrecho y fuertemente unido con sus miembros en los famosos comentarios del “Rincón Guapo”, confiesa Aída  García Márquez.

“Siempre se ha dicho que nos gusta leer y escribir, porque desde niños nos leían las tiras cómicas (cómics), y cuando mi papá viajaba los regalos eran siempre cuentos, de tal suerte que todas las colecciones de la época eran leídas en su totalidad porque al llegar de viaje, Gabriel Eligio soltaba todo el paquete de estos cuentos al suelo y volaban por todos los rincones de la casa y nosotros los recogíamos a ver quién le tocaba más y al final los cambiábamos hasta completar la lectura de toda la colección”.


El abuelo Nicolás

—¿Cómo recuerda a su abuelo el Coronel Nicolás Márquez Mejía?

—Como un abuelo cariñoso que nos complacía con chocolates, bombones de todos los sabores, chicles que tenían figuras de los beisbolistas norteamericanos de la época. Abuelo tenía un carnet del Comisariato de la Compañía United Fruit Company, y allí pedíamos lo que quisiéramos. Solo atravesábamos la calle. Era tal la compenetración con él que bebíamos en el mismo vaso del abuelo. Recuerdo que bebíamos cocoa, un chocolate en leche al atardecer. El abuelo estaba siempre cerca de nosotros. Gabito, fue su primer nieto, a quien llamaba su Napoleoncito.  Mi abuelo Nicolás iba al traspatio y le gustaba subirse al mango para recoger las hojas que caían sobre el tanque de almacenamiento de agua. Un día el loro se subió por las ramas del mango y abuelo intentó cogerlo, pero se cayó del mango. Desde ese momento, ya no volvió a ser el mismo.


—¿Qué piensa de la versión del biógrafo inglés Gerald Martin, al decir que Gabo fue abandonado por sus padres, al ser entregado a sus abuelos?

—Es un error de interpretación cultural. En el Caribe era muy común que un niño fuera criado por abuelos o tíos, y eso no era carencia de amor, sino todo lo contrario. No era abandono, sino preferencia. Para nosotros, Gabo no solo es el hermano mayor sino el ser más respetado por nosotros. A mí me dolió mucho que cuando salió la biografía de Gerald Martin, en Londres se dijo que nuestra madre, Luisa Santiaga Márquez, era una lavandera. Por Dios. Mi madre fue criada como una reina. Tenía un tutor en casa y aprendió de niña a tocar el piano.


—También, Gerald tiene una versión de Gabriel Eligio García, su padre, que muestra aspectos humanos que lo desdibujan...

—Bueno, ya uno de mis sobrinos dijo una frase que voy a repetir: los García Márquez empezamos a contar nuestra propia historia. Creo que con la publicación de mi libro de recuerdos, se empieza a hacer justicia. Mi padre era un hombre muy culto, que no solo tocaba el violín, recitaba versos y declamaba y sabía demasiado de homeopatía, sino que además, escribía muy bien. Poco tiempo después de su muerte, encontramos unas páginas sueltas de una novela que estaba escribiendo sobre sus amores con mi madre.  Mi padre impulsó en cada uno de nosotros el deseo de leer y estudiar,  y pensaba que la verdadera aristocracia era la del talento. Fue un padre responsable con todos nosotros, y su prioridad siempre era que estudiáramos. Es increíble que pese a los pocos años de convivencia entre mi padre y Gabito, él tiene mucho de él.


El liquiliqui quemado

—¿Dónde estaba usted cuando murió el abuelo materno, el coronel Nicolás Márquez?

— Yo tenía siete años cuando murió el abuelo Nicolás. Supimos de su muerte cuando regresamos a Aracataca, desde Sucre (Sucre). Gabo recordó en sus memorias que su último recuerdo de su abuelo fue la quema de su ropa en el patio. Allí se quemaron sus linos blancos, sus gorras de pana de diversos colores. Y también quemaron una gorra de cuadros escoceses que le había regalado el abuelo a Gabito y se fue en la quema. Al ver la quema de toda la ropa del abuelo y la gorra de Gabito, él dijo en sus memorias que “algo mío había muerto con él”.


—Haberse vestido con liquiliqui el día de la ceremonia del Premio Nobel de Literatura, no era acaso, una forma de recordar a su abuelo?

—Es  probable.


—¿Qué libros de su hermano, además de Cien años de soledad, le conmueve más?

—“El coronel no tiene quien le escriba”. Es obvio decirlo: porque me recuerda a mi abuelo Nicolás esperando su pensión de veterano de la Guerra de los Mil Días en la estación del tren. Se quedó esperando que le pagaran.


Adiós al convento

—¿Por qué tomó la decisión de dejar el convento?

—Luego, de 20 años en el convento, con la Comunidad Salesiana, decidí retirarme. Mi madre había dicho alguna vez que su mayor orgullo no era solo tener un Nobel de Literatura en la casa, sino una monja en la familia. No sabía cómo iba a tomar esa noticia, pero cuando se la conté, ella me dijo: Mija, no se mueve una hoja del árbol sin la voluntad de Dios. En la comunidad religiosa me dijeron que no me retirara, pero empecé a sentir tanta nostalgia de la familia en la distancia, y pensaba cómo podía ayudar a m familia. Lo veía imposible con el voto de pobreza como religiosa, y deseaba ayudarles en la parte humana. Ya Gabito, el más  adinerado de nuestra familia, lo había hecho. Él siempre nos ayudó a todos. Mi retiro era en esencia, un cambio de escenario y espacio, porque al ser maestra en el convento, enseñando catequesis, podía ayudarles de otra manera, porque, qué es un cristiano, sino un ser que ama a Dios y al prójimo? El verdadero cristiano ama y comprende al prójimo.


—¿Qué libros de La Biblia le gusta releer?

—Bueno, “El cantar de los cantares”, Los Proverbios, los Salmos y El Libro de la Sabiduría.


—¿Qué piensa del Papa Francisco?

—Estoy feliz con el Papa Francisco, como lo fui con el Papa Juan Pablo II y con el Papa Juan XXIII.  Uno no puede vanagloriarse de nada. Uno tiene que estar al servicio del prójimo. La santificación y la búsqueda de perfección no es solo se produce en los conventos y en las iglesias, sino en la vida cotidiana, en la comprensión  cotidiana del ser humano. Es tan difícil, pero cada día uno tiene que luchar por la perfección, en cualquiera de los oficios. Mire a Gabito.



—¿Cómo ves a Gabo como ser humano?

— Es un ser tan sencillo y es a la vez el más alto ser humano. La fama no le ha arrebatado la esencia humana.


—¿Qué pervive del temperamento de Luisa y Gabriel, sus padres?

—Por lo general, tengo buen carácter como mi madre, pero a veces se me sale el indio, pero reflexiono y perdono. Quien perdona no olvida, pero necesita de una gran voluntad para que el recuerdo no malogre el sentimiento del perdón. La tierra buena y abonada recibirá mejor las semillas y producirá frutos. De nuestro padre, heredamos todos el sentido del humor.


—¿Qué se hicieron los tres indígenas Yayúus que vivieron con ustedes en la infancia?

—Los tres indígenas eran Remedios, Alirio y Apolinar, mi abuelo los había comprado en la Guajira, hacían los oficios de la casa, pero mi abuelo le había dado el apellido Márquez Iguarán. Un día desapareció Alirio, y mi abuela Tranquilina salió a buscarlo por todo el pueblo. Nadie lo había visto. Entonces se le ocurrió ir donde la mujer que echaba la suerte, y ella vio a Alirio comiendo caña en un sardinel de una finca. Mi abuelo los quería mucho. Cada uno de ellos se fueron de la casa cuando se casaron. Apolinar apareció en el entierro del abuelo. Se casaron y no hemos vuelto a saber de ellos.


—Gabo confesó al recibir el bastón de Palabrero Mayor en Cartagena, que él había aprendido algunas palabras wayúus al convivir con ellos.

—No sabía eso. Mira qué memoria.


—Se puso la mano en el corazón y dijo al escuchar las palabras en wayúus: Ese diccionario lo llevo en el corazón.

—¿Por qué sabes eso?


—Porque estuve allí cuando le entregaron el bastón de Palabrero Mayor.

—Él lo conserva.

La historia de un puñetazo

— Su hermano Gabo jamás ha dicho una sola palabra del golpe que le propinó Vargas Llosa, en un malentendido nunca aclarado en 1976...

—Mi hermano Gabo ha sido toda la vida un hombre prudente. Su compadre Mario Vargas Llosa, usted sabe que él le bautizó a sus hijos, vivía en el mismo edificio en Barceloma. Vargas Llosa arriba y Gabo abajo. Un día Vargas Llosa le dejó a su compadre una responsabilidad que no era suya, mientras él salía de viaje.

(En este momento entra Ligia García Márquez para decir: “Se fue con una modelo alemana por tierras centroamericanas, dejando a su familia”). “Llegó un momento en que Patricia, la esposa de Vargas Llosa, estaba apenada por la ausencia de su esposo, y Gabo  y Mercedes se hicieron cargo de una responsabilidad que no era suya. Gabo le propuso a Patricia que cobrara los derechos de autor de su esposo mientras él regresaba. Su buena fe fue malinterpretada por su compadre que le dio una golpiza en la cara. Gabo lo vio venir después de su ausencia y lo recibió con los brazos abiertos. Vargas Llosa lo recibió con un puñetazo.

(“Gabo tuvo que ir al hospital después de eso”, dice Ligia acariciándose el ojo. “¿Sabe que el ojo de Gabito se afectó con este golpe? Vargas Llosa siempre  le tuvo envidia a Gabito”, dice ella, con un tono sentimental).

“No sé quién llamó a quien”, dice ahora Aída. “Cuando Vargas Llosa ganó el Nobel de Literatura, no sé si fue él o Gabo quien lo llamó para decirle: “Ya estamos igual”.

El incidente captado por un fotógrafo generó equívocos y la malicia y la morbosidad le ganaron la batalla a la verdad en los medios amarillistas: no fue jamás un asunto de faldas ni un conflicto ideológico, pero los compadres jamás se dirigieron la palabra. El silencio de Gabo fue sabio y prudente. Es a Vargas Llosa a quien le preguntan aún por qué le pegó a Gabo. Nadie le pregunta a Gabo por qué reaccionó de manera pacífica. Habrá que esperar que Gerald Martin, lo cuente en uno de los capítulos de su biografía a Vargas Llosa.


Plinio es el mismo cuento

—¿Qué piensa de los recuerdos parisinos de Plinio Apuleyo con Gabo?

—Creo que solo habla de lo más feo y lo peor que vivió Gabo en París. Pero se ha quedado contando la misma historia de los zapatos rotos que apagan su  cigarrillo y del día en que le cogió el trasero a una mesera.

¿Bueno, y es que Gabo no tiene cosas bellas que contar? No resalta lo más bonito de mi hermano, sino lo peor que le ha pasado.


Epílogo

Ligia me dice ahora que tiene todo el árbol genealógico de los García Márquez desde que llegaron sus tatarabuelos vascos al Caribe colombiano. “Hay tres mil Iguarán en nuestra familia”, me dice.

“He descubierto que tenían dos y tres mujeres. A alguien tenían que salir los sinvergüenzas de mi casa”, dice con picardía.

Entre los guajiros y los sucreños que conforman sus ancestros maternos y paternos, hay matices de supersticiosos. Mientras entre sus familiares guajiros es común dialogar con los muertos, entre los familiares sucreños, es común reencontrarse con los fantasmas de los muertos.

Gabito es muy supersticioso”, dice Ligia.

“Mi hermano pasó cuatro años tremendos de soledad en Zipaquirá, y allí se hizo de verdad un escritor”, precisa Ligia.

Margot – que es la que se perece a Luisa Santiaga- acaba de despertarse de su siesta, quejándose de su brazo. Y ahora las tres han posado para este retrato.

“Alguien dice que la familia García Márquez es una partida de locos”, sentencia Aída con picardía.

Pero entre los locos nacen genios como Gabito

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